jueves, 10 de enero de 2013

Mi experiencia deportiva mas bonita

Buenas tardes.

Como cada jueves, hoy contamos con la presencia de Víctor Arnau, que en esta ocasión nos trae una experiencia deportiva. Sin más rodeos, os dejo con su presencia:


Hola deportistas, en esta ocasión vamos a dejar de lado la teoría, los consejos, la alimentación y la psicología y os voy a contar una experiencia deportiva personal. Os voy a relatar una de las experiencias más bonitas, emocionantes y gratificantes que he vivido jugando al futbol, os hablaré del día que  me convertí en líder por el bien del equipo. Agarraos fuerte, allá vamos:


Volvía a tocar partido fuera de casa, y eso para nuestro equipo era una tortura. Llevábamos 5 derrotas a domicilio, 0 puntos de 15 posibles, y recibíamos goleada tras goleada cuando no jugábamos en nuestro estadio. Esa semana el ambiente era de absoluto pesimismo, teníamos numerosas bajas, no jugaba ninguno de los 3 capitanes, y nos enfrentábamos a un equipo muy sólido como local.

Yo, como cuarto capitán, y con 20 años recién cumplidos tenía la responsabilidad de liderar a un equipo que todos creían abocado a la derrota. Siendo sincero, la perspectiva me asustaba y estimulaba a partes iguales. La gente de fuera atribuía nuestros malos resultados a domicilio a falta de ganas, y a falta de huevos. Yo no estaba de acuerdo. Estaba convencido de que todos teníamos muchísimas ganas de sacar un resultado positivo, pero tenía que conseguir que mis compañeros se lo creyeran, había que darles la confianza necesaria para que sacaran lo mejor de ellos mismos, teníamos que unirnos más que nunca para sacar adelante al equipo.

En el apartado personal, llegaba al partido con tan solo 2 semanas de entrenamiento tras mi fractura de tabique nasal, con una contractura en el aductor que me impedía esprintar a mi máxima capacidad, y con la obligación de llevar una máscara protectora que limitaba mi visión de forma notable. Esperaba poder compensarlo con mis ganas e ilusión por jugar al futbol.

Ya desde el calentamiento me centré en motivar, animar y enchufar a la gente, sabía que era importantísimo que cada uno de mis compañeros ofreciera su 100%. Recuerdo que calentando ya se empezaba a notar el hambre de victoria, y el cambio de actitud. Sin embargo nos esperaba otra mala noticia. Durante el calentamiento se lesionó el central titular, y volvieron los momentos de duda. Ya no había tiempo para lamentaciones, abracé uno por uno a todos mis compañeros, pronunciamos el grito de guerra, y salimos al campo, en fila india, 11 guerreros dispuestos a cambiar su mala racha.

Durante el partido continué con mi labor de animar, reforzar y unir a mis compañeros, tanto en los errores como en los aciertos. Al mismo tiempo, mis molestias en el aductor iban cada vez a peor, pero yo estaba empeñado en que no se notase, había decidido coger la responsabilidad y no iba a dejar que unas molestias o una máscara que me limitaba mi visión me impidiesen ayudar a mi equipo en el camino a la victoria.
Llegamos al descanso con el resultado a favor (0-1), fruto de un gran trabajo y desgaste físico en la primera parte, pero aun quedaba lo más difícil. Sabíamos que en la segunda parte el equipo contrario iba a aumentar su empeño, y nosotros debíamos aguantar el empuje con uñas y dientes.

Luchamos como guerreros en la segunda parte, pero no pudimos evitar el empate en una jugada a balón parado. De la misma forma, yo no pude evitar que mi aductor dijera basta en una jugada forzada. En ese momeno terminó mi posibilidad de ayudar al equipo desde dentro del campo, pero no podía perder tiempo en lamentaciones. Me quite el brazalete, llamé a Pepe, se lo puse y le dije: “No dejes que esto caiga, confío en ti”

Me dirigí al banquillo, y me dediqué a animar a mis compañeros desde fuera mientras me aplicaba hielo en la zona maltrecha. Recuerdo que miré al marcador de tiempo cuando marcaba el minuto 90, y me dije a mi mismo que un empate no estaba tan mal, que un empate era una buena forma de empezar a cambiar la mala racha. Sin embargo el futbol nos tenía reservada una sorpresa. En el último minuto del descuento, una falta a favor, y un cabezazo milagroso desataron la gloria. A partir de ese momento, los recuerdos vienen a mi mente en forma de imágenes brillantes, luminosas y felices.

Recuerdo quitarme el hielo de la pierna y salir a correr hacia el córner. Recuerdo tirarme encima de mis compañeros, los cuales estaban formando una piña. Recuerdo decirles a mis compañeros “Os quiero cabrones”. Recuerdo ver a los compañeros lesionados que estaban en la grada, entrar al campo y unirse a la celebración. Recuerdo numerosos abrazos. Recuerdo canticos en el vestuario tras el partido. Recuerdo sentir un orgullo que no puede expresarse con palabras. Orgullo por mi equipo, orgullo por mí mismo.

Ese día entendí la importancia de la confianza, comprendí que la mejor forma para que una persona saque lo mejor de sí misma es ofrecerle confianza. Mi único merito fue tratar de sacar lo mejor de cada uno de mis compañeros, tratar de que confiaran en sus capacidades y en el equipo. Al final resulta que yo tenía razón, no era falta de ganas el problema de este equipo, solo había que lograr que creyéramos, que confiáramos.

Esa semana hubiera podido rendirme, hacerme a un lado y dejarle la responsabilidad a otro. No podía esprintar, no podía ver bien, llevaba solo 2 semanas entrenando tras 2 meses parado, la lógica decía que no era el mejor momento para capitanear un equipo. El deporte no siempre entiende de lógica. Decidí ser valiente, sacar lo mejor de mí mismo y lo mejor de mi equipo. ¿Os cuento un secreto? La gloria está reservada a los valientes.


Esta ha sido mi experiencia, una de las mejores que he vivido en el deporte y en la vida. El deporte, con experiencias como esta me ha ayudado a crecer como persona. Os animo a que experimentéis y viváis el deporte.

Un saludo deportistas, de parte de Víctor y Mikel.

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