jueves, 26 de septiembre de 2013

Pasión por el deporte

Buenas tardes. 


Hola compañeros soy Victor Arnau. En la publicación de hoy quiero relatar una historia que nos ha ocurrido a mi compañero Marc y a mí en las últimas 2 semanas en Cardiff. Quiero relatar y tratar de describir la pasión con la que se vive aquí el deporte, así como el compañerismo y deportividad que van asociados a este fenómeno de masas.

Comenzaré por el principio. Como muchos de vosotros sabéis, mi deporte favorito, aquel que siempre he practicado y más he amado es el fútbol. Al final del año pasado, cuando decidí embarcarme en esta aventura fuera de España me surgieron muchas dudas en torno a mi práctica de este deporte. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue dejarlo durante este año, tomarme una temporada de descanso y relax para volver luego con más fuerza.

Sin embargo, durante las vacaciones veraniegas, mis ganas de volver a los terrenos de juego se fueron incrementando cada día, y al llegar al final del verano ya estaba loco por volver a calzarme las botas y darle patadas al balón. Había que hacer algo, teníamos que ingeniárnoslas para poder jugar a fútbol en Cardiff. La idea fue de Marc. Se le ocurrió enviarle un email a un entrenador de futbol de un pueblo cercano a nuestra ciudad de residencia. Lo hicimos para probar suerte, y la verdad es que yo, he de confesarlo, estaba esperando que nos rechazaran o nos ignoraran.

Sorpresa mayúscula. El entrenador no solo respondió a nuestro email, sino que además nos dijo que nos esperaba con los brazos abiertos para entrenar con ellos. Me pareció extraño la verdad. En España creo que es inverosímil la situación que estoy describiendo. Creo que ningún club daría la oportunidad a dos chicos “extranjeros” vía email.

Si albergábamos alguna duda acerca de la buena voluntad del entrenador y el equipo se despejó tras el primer entrenamiento. Desdé ese primer entrenamiento me enamoré de la cultura futbolística y deportiva de estas tierras. La solidaridad, el compañerismo, las palabras de ánimo, las felicitaciones, el buen rollo. Aquí eso es la regla general, nunca la excepción. Los individualismos no tienen cabida, el equipo es como un barco de remos en el que todos empujan en la misma dirección, un barco en el que aquellos que son más fuertes y tienen más ritmo centran sus esfuerzos en ayudar a los más débiles, no en destacar por encima del resto.

Desde ese primer día pasamos a formar parte del equipo, de nuestro equipo, porque nos sentimos totalmente integrados. Somos una piña. Antes de venir aquí no hubiera entendido como se puede vivir un deporte con tanta pasión, y al mismo tiempo jugar con tanta deportividad. Quizá lo podáis entender mejor si os cuento una anécdota.

El pasado sábado era el primer partido que veíamos del equipo. No podíamos jugar porque no estábamos aun registrados, pero el entrenador se empeñó en que hiciéramos el calentamiento con el equipo, que estuviéramos en el vestuario y en el banquillo. Fue un partido muy intenso, muy reñido, estuvo disputado hasta el final y en algunos momentos saltaron chispas en el terreno de juego. Pues bien, tras el pitido final el equipo local (el nuestro) olvidó todas las disputas del juego e invitó al equipo visitante a patatas, pollo y cerveza. Maravilloso, increíble. Dos equipos que minutos antes peleaban a muerte por ganar el partido, ahora estaban sentados a la misma mesa compartiendo bebida y comida.

Ahora lo tengo claro. Este es el deporte que quiero. Esa es la actitud que intentaré inculcar a mis compañeros cuando juegue y a mis jugadores cuando sea entrenador. Compañerismo, solidaridad, fair play, igualdad, respeto por el contrario. Ese es el verdadero deporte, y no el que muestran los medios de comunicación.

Hasta aquí mi colaboración semanal. Es personal y anecdótica, pero sentía la necesidad de compartirlo, la necesidad de pregonar que los valores del deporte están vivos. El sábado volverá Miquel Orenga con una nueva publicación cargada de sorpresas. 


Un saludo, Víctor.

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