miércoles, 17 de junio de 2015

Peter Pan



A veces nos obligan a crecer demasiado rápido, o somos nosotros mismos los que nos insistimos en decir  que la juventud ya pasó.  Creemos que madurar es cumplir años y durante esos años vamos perdiendo la inocencia y la locura. A veces crecemos pero no aprendemos, nos hacemos altos pero seguimos mirando al suelo. Hoy yo estoy cansado de cierta madurez, hoy prefiero que todo sea un juego de niños.

¿A que edad debemos de dejar de jugar a fútbol en la cochera de enfrente? ¿Quién dice hasta que edad podemos jugar a la consola hasta cansarnos? No hay edad, hay falta de personalidad. Cuanto más crecemos, más le damos importancia al que dirán, perdemos la inocencia para encajar en la sociedad del “postureo”.

¿Y porque nos empeñamos en crecer tan rápido? Porque somos así, inconformistas. Cuando tenemos 11 años ya nos vemos demasiado mayores como para ir a la feria de atracciones, y cuando tenemos 16 ya creemos saberlo todo y solo estamos esperando a cumplir 18 para demostrarlo. Y llegan los ansiados 18, ¿y que? “Total era eso”. Una noche de borrachera para celebrarlo y un año entero diciendo “madre mía, aun no me creo que tenga 18 años”. En definitiva, que hemos pasado 2 años esperando a cumplir los 18 y ahora tenemos la sensación de que no ha servido para nada.

Y seguimos cumpliendo años empeñados en que lo mejor esta por venir, que todavía somos jóvenes y nos quedan muchas cosas por hacer. Por supuesto que es así, pero solo será así si tenemos una madurez infantil, si somos capaces de jugar al escondite con 40 años porque nos da la gana, o de tirarnos a la playa en invierno porque en ese momento nos apetece. La verdadera madurez, en mi opinión, debe ser infantil.

Porque, ¿de verdad sabemos más que un niño de primaria? No, no lo creo. Y es que me he pasado más de dos meses entrenando a niños de 6 años y me he dado cuenta que yo he aprendido mucho más que ellos. He aprendido que con 23 años puedo jugar un “mundial” de fútbol y pasármelo en grande, he aprendido que mojarse con los aspersores puede ser igual de divertido y que un simple “tropezón” puede ser motivo de muchas sonrisas.

Me he dado cuenta de que ellos valoran el presente, lo consumen hasta agotarlo, lo exprimen hasta quedarse dormidos en los asientos de detrás del coche. Me he dado cuenta de que son libres, porque hacen las cosas porque les apetece y nunca piensan en el que dirán. Y lo más importante, me he dado cuenta de que no quiero perder eso, no quiero perder esa inocencia y esa locura aunque tenga la edad que tenga.

Quiero ser maduro y responsable, pero también ser un inconsciente cuando el cuerpo me lo pida. Quiero hacer las cosas sin pensar “¿Y si…?”. Quiero dejar escapar a Peter Pan cuando éste aporree´ las puertas de la locura y de la diversión sin limites, quiero ser yo hasta las últimas consecuencias. 

Un saludo, Miquel Orenga. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario