Me levanto a las 7:30 de la mañana, me cuesta abrir los ojos pero sobre todo me cuesta salir de la cama. Es enero de 2015, invierno y todavía es de noche. Después de lavarme la cara y beberme un Actimel (por eso que dicen de las defensas), salgo a la calle para coger el coche empañado por una tal “Rocío” y viajar 30 minutos hasta Valencia.
Paso la mañana entre
aulas, balones, risas y gilipolleces. Vuelvo a mi pueblo, como lo primero que
pillo a no ser que este mi madre en casa y después saco al perro (casi siempre
la misma vuelta), salgo a correr si ese día me apetece y quedo con mi chica.
Ahora estaréis pensando “¿Qué
mierda me importa lo que hagas?”, a mi la verdad es que a veces tampoco me
importa sobre todo cuando llego a la conclusión de que podría ser feliz con la
mitad de cosas, de que estamos “contaminados” y manejados como idiotas por la
sociedad, y que muy pocos hacen la vida que les gustaría de verdad hacer.
¿Qué quiero? ¿Qué me
apetece realmente hacer? La mitad del día que he descrito antes lo pasaría
haciendo cosas totalmente diferentes pero pocas personas se atreven a vivir la
vida que sueñan, yo de momento en cierto modo no la vivo.
Me pasaría la vida
viajando, descubriendo las maravillas del mundo y sus secretos, de la mano de
mi chica. También me gustaría hacer grandes retos deportivos como un Ultraman,
Titan Desert o Marathon de Sables. Y por supuesto me encantaría transmitir
todos mis conocimientos (aunque fueran pocos) a niños con el único objetivo de pasárselo
bien.
¿Qué buena pinta verdad?
Espero hacerlo todo, tarde o temprano. Pero de momento como existe la mierda
del dinero me tocará vivir en esta sociedad de consumo hasta que mi cuerpo y mi
mente aguanten.
¿Qué quiero transmitir
hoy? Pues que muchas veces nos vemos empujados a vivir una vida “normal”, y
cuando nos queremos dar cuenta ya hemos dejado pasar una gran parte de nuestra
vida sin tener historias emocionantes que recordar. Pensamos que somos felices
rodeados de bienes materiales, de un bonito coche, y de una casa con jardín; y
llega el día en que salimos a la montaña o visitamos un lugar diferente y
pensamos, ¿para que quiero más si ahora en este momento estoy teniendo una
sensación tan diferente al resto que he vivido que no tengo palabras para
describirlo?
Yo quiero una vida llena
de esos momentos, y estoy seguro que muchos de vosotros también. Así que mi
consejo (si es que estoy en condiciones de aconsejar con 23 años) es que
debemos de estar dispuestos a vivir experiencias inesperadas, momentos que nos
dejen sin aliento; y lo único que nos llevará a eso es nuestra predisposición a
dejar la vida “normal”, por “NUESTRA” vida.
Hoy si que queda claro: La felicidad como forma de vida.
Miquel Orenga.
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