Buenas
tardes.
Como
cada jueves, hoy contamos con la presencia de Víctor Arnau, que en esta ocasión
nos trae una experiencia deportiva. Sin más rodeos, os dejo con su presencia:
Hola
deportistas, en esta ocasión vamos a dejar de lado la teoría, los consejos, la
alimentación y la psicología y os voy a contar una experiencia deportiva
personal. Os voy a relatar una de las experiencias más bonitas, emocionantes y
gratificantes que he vivido jugando al futbol, os hablaré del día que me convertí en líder por el bien del equipo. Agarraos
fuerte, allá vamos:
Volvía
a tocar partido fuera de casa, y eso para nuestro equipo era una tortura. Llevábamos
5 derrotas a domicilio, 0 puntos de 15 posibles, y recibíamos goleada tras
goleada cuando no jugábamos en nuestro estadio. Esa semana el ambiente era de
absoluto pesimismo, teníamos numerosas bajas, no jugaba ninguno de los 3
capitanes, y nos enfrentábamos a un equipo muy sólido como local.
Yo,
como cuarto capitán, y con 20 años recién cumplidos tenía la responsabilidad de
liderar a un equipo que todos creían abocado a la derrota. Siendo sincero, la
perspectiva me asustaba y estimulaba a partes iguales. La gente de fuera atribuía
nuestros malos resultados a domicilio a falta de ganas, y a falta de huevos. Yo
no estaba de acuerdo. Estaba convencido de que todos teníamos muchísimas ganas
de sacar un resultado positivo, pero tenía que conseguir que mis compañeros se
lo creyeran, había que darles la confianza necesaria para que sacaran lo mejor
de ellos mismos, teníamos que unirnos más que nunca para sacar adelante al
equipo.
En
el apartado personal, llegaba al partido con tan solo 2 semanas de
entrenamiento tras mi fractura de tabique nasal, con una contractura en el
aductor que me impedía esprintar a mi máxima capacidad, y con la obligación de
llevar una máscara protectora que limitaba mi visión de forma notable. Esperaba
poder compensarlo con mis ganas e ilusión por jugar al futbol.
Ya
desde el calentamiento me centré en motivar, animar y enchufar a la gente,
sabía que era importantísimo que cada uno de mis compañeros ofreciera su 100%.
Recuerdo que calentando ya se empezaba a notar el hambre de victoria, y el
cambio de actitud. Sin embargo nos esperaba otra mala noticia. Durante el
calentamiento se lesionó el central titular, y volvieron los momentos de duda. Ya
no había tiempo para lamentaciones, abracé uno por uno a todos mis compañeros,
pronunciamos el grito de guerra, y salimos al campo, en fila india, 11
guerreros dispuestos a cambiar su mala racha.
Durante
el partido continué con mi labor de animar, reforzar y unir a mis compañeros,
tanto en los errores como en los aciertos. Al mismo tiempo, mis molestias en el
aductor iban cada vez a peor, pero yo estaba empeñado en que no se notase,
había decidido coger la responsabilidad y no iba a dejar que unas molestias o
una máscara que me limitaba mi visión me impidiesen ayudar a mi equipo en el
camino a la victoria.
Llegamos
al descanso con el resultado a favor (0-1), fruto de un gran trabajo y desgaste
físico en la primera parte, pero aun quedaba lo más difícil. Sabíamos que en la
segunda parte el equipo contrario iba a aumentar su empeño, y nosotros debíamos
aguantar el empuje con uñas y dientes.
Luchamos
como guerreros en la segunda parte, pero no pudimos evitar el empate en una
jugada a balón parado. De la misma forma, yo no pude evitar que mi aductor
dijera basta en una jugada forzada. En ese momeno terminó mi posibilidad de
ayudar al equipo desde dentro del campo, pero no podía perder tiempo en
lamentaciones. Me quite el brazalete, llamé a Pepe, se lo puse y le dije: “No
dejes que esto caiga, confío en ti”
Me
dirigí al banquillo, y me dediqué a animar a mis compañeros desde fuera
mientras me aplicaba hielo en la zona maltrecha. Recuerdo que miré al marcador
de tiempo cuando marcaba el minuto 90, y me dije a mi mismo que un empate no
estaba tan mal, que un empate era una buena forma de empezar a cambiar la mala
racha. Sin embargo el futbol nos tenía reservada una sorpresa. En el último
minuto del descuento, una falta a favor, y un cabezazo milagroso desataron la
gloria. A partir de ese momento, los recuerdos vienen a mi mente en forma de imágenes
brillantes, luminosas y felices.
Recuerdo
quitarme el hielo de la pierna y salir a correr hacia el córner. Recuerdo tirarme
encima de mis compañeros, los cuales estaban formando una piña. Recuerdo decirles
a mis compañeros “Os quiero cabrones”. Recuerdo ver a los compañeros lesionados
que estaban en la grada, entrar al campo y unirse a la celebración. Recuerdo numerosos
abrazos. Recuerdo canticos en el vestuario tras el partido. Recuerdo sentir un
orgullo que no puede expresarse con palabras. Orgullo por mi equipo, orgullo
por mí mismo.
Ese
día entendí la importancia de la confianza, comprendí que la mejor forma para
que una persona saque lo mejor de sí misma es ofrecerle confianza. Mi único
merito fue tratar de sacar lo mejor de cada uno de mis compañeros, tratar de
que confiaran en sus capacidades y en el equipo. Al final resulta que yo tenía
razón, no era falta de ganas el problema de este equipo, solo había que lograr
que creyéramos, que confiáramos.
Esa
semana hubiera podido rendirme, hacerme a un lado y dejarle la responsabilidad
a otro. No podía esprintar, no podía ver bien, llevaba solo 2 semanas
entrenando tras 2 meses parado, la lógica decía que no era el mejor momento
para capitanear un equipo. El deporte no siempre entiende de lógica. Decidí ser
valiente, sacar lo mejor de mí mismo y lo mejor de mi equipo. ¿Os cuento un
secreto? La gloria está reservada a los valientes.
Esta
ha sido mi experiencia, una de las mejores que he vivido en el deporte y en la
vida. El deporte, con experiencias como esta me ha ayudado a crecer como
persona. Os animo a que experimentéis y viváis el deporte.
Un
saludo deportistas, de parte de Víctor y Mikel.
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