Detrás de un niño difícil siempre hay problemas
pendientes de solucionar. Estamos constantemente rodeados por influencias,
positivas y negativas. Quizás en la etapa adulta somos capaces de obviar
aquellas que no nos parecen productivas o aquellas que pensamos que pueden ser
dañinas, pero… ¿los niños también son capaces? No lo creo.
Están rodeados de influencias que regulan su
comportamiento, y ese comportamiento lo exponen ante cualquier situación sin
importar si están delante de personas conocidas o totalmente desconocidas. Los
problemas vienen de casa, y las soluciones deberían empezar por ahí.
Cada niño es un mundo, y un grupo de niños forman un
universo complejo en el que hay que tratar de entrar como un cometa o una
estrella fugaz, para dar un poco de luz y guiar al niño hacia un futuro mejor.
En las etapas iniciales de cualquier deporte el rol de
entrenador todavía no existe, y es el papel de educador el que debería
prevalecer. En mi caso, en el mundo del fútbol, siempre ha existido el tópico tradicional
de “si un niño gana, disfruta”, dejando de lado los valores que puede aprender,
las técnicas o habilidades que ha mejorado o las relaciones sociales que ha
establecido.
Ahí es donde debemos entrar en acción. Estamos en las
etapas FORMATIVAS del niño, no competitivas. Nuestro objetivo en cada temporada
debe ser que el niño finalice el año sabiendo hacer más cosas en el balón, con
valores educativos que le sirvan en cualquier ámbito de su vida como
compañerismo, solidaridad, humildad o entendiendo la relación esfuerzo – recompensa.
Todo esto es más importante que cualquier resultado en un
partido o que cualquier posición en una clasificación. Un niño no puede
relacionar su estado de ánimo con un resultado, y un padre no puede modificar
su actitud con el hijo porque haya ganado o perdido. La pregunta que debería
plantearse cualquier persona interesada en la felicidad del niño debería
preguntarle si ha disfrutado, y recordarle todo aquello que ha hecho bien o
todo aquello en lo que ha mejorado.
Si un niño se va triste a casa después de perder un
partido es porque se le esta inculcando que lo importante es el resultado,
cuando lo primordial es lo que el niño ha sentido mientras juega (debería ser
algo similar a felicidad) y en segundo lugar, el rendimiento del niño, ya que si
el niño ha mejorado en cualquier aspecto del juego esto debe ser reforzado
positivamente tanto por los padres como por el monitor/educador.
Como educadores creo que debemos reforzar positivamente
todas aquellas conductas o técnicas que el niño ha mejorado y rectificar
aquellas que son negativas para su crecimiento personal, pero nunca basándonos
en un resultado.
Estamos jugando, al deporte que sea, pero jugando y si
hay algo implícito en el juego es la diversión, y el entendimiento del juego
como un pasatiempo en el que aprender valores, conductas y también alguna
técnica específica.
Son niños, y son demasiado inocentes como para
inculcarles la competición. Dejémosles en su mundo paralelo y eduquémosles para
que un futuro recuerden el pasado como una época en la que disfrutaron, se lo
pasaron en grande y aprendieron valores importantes para el resto de su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario