Buenas tardes.
Hola compañeros soy Victor Arnau. En la publicación de hoy quiero relatar
una historia que nos ha ocurrido a mi compañero Marc y a mí en las últimas 2
semanas en Cardiff. Quiero relatar y tratar de describir la pasión con la que
se vive aquí el deporte, así como el compañerismo y deportividad que van
asociados a este fenómeno de masas.
Comenzaré por el principio. Como muchos de vosotros
sabéis, mi deporte favorito, aquel que siempre he practicado y más he amado es
el fútbol. Al final del año pasado, cuando decidí embarcarme en esta aventura
fuera de España me surgieron muchas dudas en torno a mi práctica de este
deporte. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue dejarlo durante este año,
tomarme una temporada de descanso y relax para volver luego con más fuerza.
Sin embargo, durante las vacaciones veraniegas, mis ganas
de volver a los terrenos de juego se fueron incrementando cada día, y al llegar
al final del verano ya estaba loco por volver a calzarme las botas y darle
patadas al balón. Había que hacer algo, teníamos que ingeniárnoslas para poder
jugar a fútbol en Cardiff. La idea fue de Marc. Se le ocurrió enviarle un email
a un entrenador de futbol de un pueblo cercano a nuestra ciudad de residencia.
Lo hicimos para probar suerte, y la verdad es que yo, he de confesarlo, estaba
esperando que nos rechazaran o nos ignoraran.
Sorpresa mayúscula. El entrenador no solo respondió a
nuestro email, sino que además nos dijo que nos esperaba con los brazos
abiertos para entrenar con ellos. Me pareció extraño la verdad. En España creo
que es inverosímil la situación que estoy describiendo. Creo que ningún club
daría la oportunidad a dos chicos “extranjeros” vía email.
Si albergábamos alguna duda acerca de la buena voluntad
del entrenador y el equipo se despejó tras el primer entrenamiento. Desdé ese
primer entrenamiento me enamoré de la cultura futbolística y deportiva de estas
tierras. La solidaridad, el compañerismo, las palabras de ánimo, las
felicitaciones, el buen rollo. Aquí eso es la regla general, nunca la excepción.
Los individualismos no tienen cabida, el equipo es como un barco de remos en el
que todos empujan en la misma dirección, un barco en el que aquellos que son
más fuertes y tienen más ritmo centran sus esfuerzos en ayudar a los más
débiles, no en destacar por encima del resto.
Desde ese primer día pasamos a formar parte del equipo,
de nuestro equipo, porque nos sentimos totalmente integrados. Somos una piña.
Antes de venir aquí no hubiera entendido como se puede vivir un deporte con
tanta pasión, y al mismo tiempo jugar con tanta deportividad. Quizá lo podáis
entender mejor si os cuento una anécdota.
El pasado sábado era el primer partido que veíamos del
equipo. No podíamos jugar porque no estábamos aun registrados, pero el
entrenador se empeñó en que hiciéramos el calentamiento con el equipo, que
estuviéramos en el vestuario y en el banquillo. Fue un partido muy intenso, muy
reñido, estuvo disputado hasta el final y en algunos momentos saltaron chispas
en el terreno de juego. Pues bien, tras el pitido final el equipo local (el
nuestro) olvidó todas las disputas del juego e invitó al equipo visitante a
patatas, pollo y cerveza. Maravilloso, increíble. Dos equipos que minutos antes
peleaban a muerte por ganar el partido, ahora estaban sentados a la misma mesa
compartiendo bebida y comida.
Ahora lo tengo claro. Este es el deporte que quiero. Esa
es la actitud que intentaré inculcar a mis compañeros cuando juegue y a mis
jugadores cuando sea entrenador. Compañerismo, solidaridad, fair play,
igualdad, respeto por el contrario. Ese es el verdadero deporte, y no el que
muestran los medios de comunicación.
Hasta aquí mi colaboración semanal. Es personal y
anecdótica, pero sentía la necesidad de compartirlo, la necesidad de pregonar
que los valores del deporte están vivos. El sábado volverá Miquel Orenga con una nueva publicación cargada de sorpresas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario