Las personas se van. Mira, ya no esta. Él se fue
demasiado pronto y yo llegue demasiado tarde. Él dejo de lado las noticias de
las 15:00 y la paella de los domingos. Se fue sin despedirse, sin decir adiós…quizás
para no molestar, para no acabar con el silencio, para dejar vacía una vida que
él lleno de sentido.
La vida me dejo cojo a los 18 meses. Mientras yo lloraba
de niño, de rabietas…mi madre ya lloraba su pérdida, lloraba a mi padre. Quizás
la vida fue injusta conmigo pero mucho más con mi madre; en todo caso, nos dejo
cojos y mi abuelo fue esa “muleta” que nos permitió quedarnos de pie y seguir
avanzando.
Mi mundo empezó a crecer a la vez que mis oídos iban
escuchando sus palabras. Una tarde de toros, una película de vaqueros o una sesión
de “Tour de Francia” daban para mucho y sus silencios me enseñaron a elegir las
palabras y el momento en el que se debían pronunciar.
Nunca tenía un “no” para mí, quizás porque toda su vida
había actuado conmigo como con cualquier hijo. Incluso con frio y lluvia me acompañaba
de niño para que yo diera golpes a un balón; él confiaba en mí y en mi talento,
y no dudaba en ir conmigo al fin del mundo.
Después me compro mi primer bicicleta y me dio a elegir,
sin restricciones, sin explicaciones…él quería y yo era el más feliz del mundo.
Y no era feliz por tener objetos materiales, sino por tener de abuelo a alguien
a quien todos quisieran tener.
Mi infancia se convirtió en adolescencia, y la
adolescencia en madurez…y él estaba ahí. No me preguntaba porque me conocía
demasiado bien, no se enfadaba porque entendía cada una de mis reacciones…él me
miraba y yo le miraba a él.
Una mirada o un simple golpe en el hombro eran
suficientes, quizás porque nos parecíamos demasiado (y eso lo estoy empezando a
entender ahora). No había palabras de afecto, esas se quedaban guardadas en
cada uno de nosotros. Había pocos besos y contados abrazos, pero yo estaba
orgulloso de mi abuelo y él espero que lo estuviera de mí.
Hoy, dos semanas después de decirle adiós, entiendo que
todo esto no es triste…es todo lo contrario. Todo lo vivido con él ha sido
increíble, de lo más bonito de mi vida. Y aunque su coche siga aparcado delante
de una casa a la que le falta alegría, los recuerdos seguirán vivos por siempre
y los guardaré en silencio, porque las palabras en su caso y en el mío…van por
dentro.
Un saludo, Miquel Orenga.